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carlos.olivares.baro@hotmail.com
“Por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual…” dijo el presidente del jurado de la Academia Sueca, Peter Englund, al dar a conocer ayer jueves, al escritor peruano-español Jorge Mario Pedro Vargas Llosa ( Arequipa, Perú, 28 de marzo, 1936) como ganador del Premio Nobel de Literatura 2010. Crónica de una larga espera: el autor de Los Jefes aparecía todos los años en la lista de candidatos. “El Nobel no me quita el sueño. No escribo mis novelas pensando en premios. Lo hago por una acuciante necesidad, por mi convencida vocación de escritor”, le dijo a un periodista hace 20 años cuando en 1990 el poeta Octavio Paz fue reconocido por Estocolmo.
Los lectores del peruano ya nos habíamos resignados: se decía categóricamente que el Nobel de García Márquez (1982) era un reconocimiento a toda la generación de escritores latinoamericanos de los 70, y que muy difícilmente la Academia Sueca repitiera con un integrante del Boom. Otros referían que la actitud política de centro derecha de dura crítica a los regímenes totalitarios y sus cuestionamientos a las democracias burguesas del autor de Historia de Mayta, no era del agrado de los escandinavos. Uno nunca sabe las tarjetas que tienen bajo las mangas los miembros del jurado que concede el Nobel, estamos acostumbrados por estas fechas, a sorpresas tan desigualadas que las apuestas han perdido interés: sólo esperamos el anuncio para saber si en nuestros libreros tenemos algún ejemplar del galardonado.
Este año las tendencias han dado un viraje, y recompensan a un representante del pensamiento liberal latinoamericano que ha hecho suya la defensa de lo individual por encima de los esquemas de un socialismo ineficaz en lo económico y lo político, amén de ser un consumado crítico de los gobiernos populistas de América Latina. Apasionado expositor de la importancia estética de la tradición racionalista de Occidente, el autor de La casa verde es un informado periodista que ha escrito contundentes artículos sobre la globalización y la democracia.
Premio a la lengua en que soñamos, amamos, maldecimos, proclamamos, mordemos, entonamos e hilvanamos coplas más de 450 millones de seres humanos. Premio a una tradición literaria que tuvo su esplendor en los siglos XVII y XVIII y que el Boom revitalizó con novelas de solvencias universales. Premio a los sueños que brotan en conversas de cristalizado realismo social: cantares en los que el dolor es presencia y la emancipación una esperanza. Premio que “ya era hora” como escribió un periodista vasco: “A Vargas Llosa le han hecho sudar el nobel”, decía el reseñista. “Hoy el idioma español está de fiesta” declaró Pilar Reyes, directora de Alfaguara, desde la Feria del Libro de Frankfurt.
Premio obtenido en buena lid: eran finalistas Cormac McCarthy, Thomas Pynchon, Philip Roth, Joyce Carol Oates, Haruki Murakami, Amos Oz, Adonis, Thomas Tranströmer y Ngugi Wa Thiong. Escritores de lengua inglesa, japonesa, sueca y suajili. La jerga de Cervantes impuso sus consonancias.
Hoy a las seis de la mañana cuando me enteré del premio me fui a una de las páginas de Los cachorros y leí en voz alta ese revoltijo de voces que me impresiona desde hace de más 40 años: “Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces”. Y Zavalita y zambo Ambrosio conversaban entre cervezas tibias y escuche clarito “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”. Y otra vez las barahúnda en La casa Verde y “La Madre Angélica se cubre la boca con un pañuelo, la polvareda crece y se espesa”. Y La ciudad y los perros y “Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava.” Así en medio de esas cantinelas confirmé mi amor por la literatura cuando era un adolescente. Lección de estilo: Flaubert en perenne orgía.
El pasado es presencia. “El punto de partida de mis novelas es la memoria que se convierte en una imagen muy fértil para fantasear algo alrededor de ella”, ha declarado el autor de La Fiesta del chivo.
Los cachorros siguen conversando en la catedral entre sabores rancios de aguardiente y cerveza amarga por la destemplanza del resplandor. Este Premio nos pertenece a todos.